1. No se trata de deseo; se trata de poder.
Sólo porque el sexismo sea estructural no significa que la conmoción de los últimos días no sea real. En el discurso que Rubiales pronunció el viernes pasado en defensa de su conducta, el máximo dirigente del fútbol español –el mayor fenómeno cultural del país– habló de la sede de su federación como si fuera una fortaleza asediada por un “falso feminismo”. Pero para millones de espectadores asombrados, hizo que pareciera más un sótano incel sin ventilación. Sostuvo que no hubo “deseo” en el beso que le dio a la jugadora mundialista Jennifer Hermoso. Pero hubo explotación de una posición de poder. La violencia de un superior que “ofrece” un “pequeño beso” a una empleada (una jugadora de un equipo cuyo trabajo depende de la RSFF) encaja con una antigua ley del patriarcado: los cuerpos de las mujeres están disponibles para los hombres.
2. No es “sólo natural”.
En los medios españoles esta disputa también se ha vuelto sobre la influencia del feminismo en general. Al igual que los thatcheristas de antaño, la derecha española de hoy contrapone la “libertad” al reconocimiento de las desigualdades sociales estructurales, que se denominan “comunistas”. Para este campo político, los hombres y mujeres sólo necesitan comportarse “como siempre lo han hecho”. Cualquier conversación sobre reglas sociales sobre las relaciones interpersonales es simplemente una interferencia de las feministas, que están llevando las cosas “demasiado lejos”. Ese es el trasfondo político de la descripción que hace Rubiales de su beso como “espontáneo”, una de las principales excusas esgrimidas en los últimos días. Quien objete o haga la más mínima observación sobre lo que hizo será tratado como impulsado por el resentimiento. Nos siguen diciendo “así es como somos”. Pero no hay nada menos “espontáneo” que lo que ha estado sucediendo durante siglos.
3. Cambiar las sociedades es una carga injustamente distribuida.
El trabajo de los movimientos feministas es el motor más fuerte de transformación social en España. El consenso público que se ha expresado en los últimos días –que un hombre no puede besar a una mujer sin su consentimiento, y menos aún si tiene poder sobre su empleo– era impensable hace unos años. Sin embargo, esto no ha llegado por arte de magia ni sin conflictos. La igualdad de género que los sectores reaccionarios quieren etiquetar como institucionalmente dominante e incluso conservadora (por una vez, creen que son los rebeldes) ha sido impulsada por la valentía de miles de mujeres que ponen su hombro en la rueda del progreso hacia una sociedad más justa y amable. sociedad. Y los hombres deberían reconocer que se trata de una carga injustamente compartida. En los programas deportivos hemos visto a privilegiados presentadores y exfutbolistas hablar del beso de Rubiales como una cuestión de imagen internacional de un país que quiere albergar el Mundial de 2030, en lugar de reconocerlo como un acto machista.
4. La importancia de la acción colectiva y con conciencia de clase.
Una forma de contar esta historia en el futuro será que una mujer del barrio obrero madrileño de Carabanchel, en una acción sindical junto a sus compañeros y el apoyo de la mayoría social, sacudió la sede de un poder que hasta entonces había momento, se creyó más allá del castigo. Hermoso decidió actuar y comunicar de forma colectiva, reforzando el carácter social de lo sucedido, construyendo redes con los demás. Desde el inicio defendió su derecho y construyó una unidad que ha sido clave en esta disputa. Voces reaccionarias intentan desacreditarla afirmando que no es independiente, engañándola al presentarla como manipulada por el partido de izquierda Podemos y especialmente por la ministra de Igualdad, Irene Montero, quien ha representado un fuerte progreso en la lucha contra la violencia de género y la política del odio. estos últimos cuatro años. Si bien casi todos los partidos en el Congreso (incluido el conservador Partido Popular, si no el ultraderechista Vox) criticaron a Rubiales, en su discurso atacó exclusivamente a los líderes de izquierda, en particular a mujeres en el gobierno como Montero, la ministra de Trabajo Yolanda Díaz y las autoridades sociales. la ministra de Derechos Humanos, Ione Belarra. Además del feminismo, Hermoso ha respondido con conciencia de clase. Rubiales sólo se disculpó por agarrarse la entrepierna en el balcón VIP, al lado de la reina. Estar más avergonzado por eso que por su mala conducta con un empleado sólo ilustra su clasismo.
5. No sólo los necesitados son desleales.
No son sólo los gestos o el no “saber actuar”. Observe cuántas veces perfectos desconocidos se dicen entre sí: “disfruta tu comida”. Desde tiempos inmemoriales se ha dicho que los malos modales son casi lo mismo que pertenecer a las clases bajas. Son ellos, nos dicen, los que hablan con la boca llena, los que no hacen cola en el transporte público, los que roban a su abuela por una dosis de droga o se pelean con un amigo por diez euros. La ficción exalta las deslealtades en las altas esferas de la sociedad, pero la realidad insiste en mostrar que todo es siempre bastante peor. En los últimos días hemos visto a los jefes de equipo tanto masculino como femenino aplaudir a su jefe Rubiales, para condenarlo oficialmente al día siguiente al ver que su barco se había hundido. Los calurosos aplausos que brindó el técnico del equipo masculino cuando Rubiales denunció el “falso feminismo” como una “plaga nacional” lo seguirán como un mal olor por mucho tiempo.
6. El fútbol femenino está dando una respuesta tajante al discurso de odio.
Una vez que Rubiales terminó su intervención el viernes, podríamos habernos preguntado cuándo iba a hablar un jefe de fútbol, ya que lo que habíamos escuchado sonaba más bien a una manifestación de extrema derecha. Las ovaciones de pie, especialmente llamativas por parte del seleccionador nacional masculino, dieron la imagen completa. Se manifestaba una doble clase de falsa neutralidad. Una es la superioridad moral al afirmar que lo peor que le puede pasar a cualquier campo de actividad es que se “politice”. El otro, cada vez que alguien cuestiona los privilegios políticos, insiste en que son naturales. Pero esta vez, sus rugidos han sonado más como un estertor de muerte. El fútbol femenino ha demostrado ser un fuerte retroceso, incluso una barrera antifascista.
7. No puedes quedarte callado.
Quizás estemos siendo testigos del fin de una era, aquella en la que se daba por sentado que jugar al fútbol te daba vía libre para ignorar lo que sucedía en el mundo que te rodeaba. Se suponía que la razón era que los profesionales tenían mucho que perder y poco que ganar al adoptar una postura. Ésta es, seguramente, una concepción utilitaria de la empatía humana, basada en el cálculo personal. La gran mayoría de los futbolistas de élite, que tienen más control sobre su trabajo que el resto de los simples mortales, hemos perdido una oportunidad de oro para demostrar un mínimo de solidaridad o conciencia de igualdad. No se dieron cuenta de que el amplio apoyo público a Hermoso significaba que no habría sido tan arriesgado sumar el suyo. La sociedad ya no comprende que han elegido quedarse adentro jugando videojuegos o simplemente “centrándose en el campo”, en lugar de respaldar públicamente a sus colegas femeninas. Depende de ellos mostrar su conexión con el mundo real, a cambio de algo que no se puede obtener de los agentes de transferencias, pero que quizás tenga una importancia más profunda: la admiración del público.
8. El fútbol debe integrarse en el programa.
Durante más de un siglo, el fútbol ha sido un deporte que ha reflejado el mundo e incluso nos ha ayudado a comprenderlo. Sin embargo, también ha sido secuestrado durante mucho tiempo por líderes que parecen odiar el deporte, postrándolo cada vez más ante su misoginia, racismo y culto al dinero. Desde hace décadas, se ha beneficiado de ser un planeta fuera de la realidad, una isla al margen de la democracia. Al encarnar una especie de privilegio pop, obliga a sus seguidores críticos a aceptar una contradicción insostenible. Lo mejor que le podría pasar al fútbol, para no condenarse a un rincón sombrío de la historia, es, como mínimo, empezar a abrir las ventanas al mundo exterior. ¿Cómo puede un producto cultural seguir siendo relevante cuando va a la zaga de la sociedad? Su supervivencia depende de que baje de su nube.
9. Es posible otro enfoque mediático.
La prensa deportiva tradicional ha infantilizado el fútbol. Se ha considerado un prodigio que eclipsó a todos los demás deportes. El mantra por defecto es que sólo importa lo que sucede en el campo: las controversias arbitrales falsas o los rumores distorsionados o simplemente inventados sobre transferencias de jugadores. Esta ha sido una forma literal de “cobertura” mediática, encerrando el deporte en una burbuja de intereses conectados entre jefes de clubes, jugadores y periodistas que afirman evitar la “política”. La falta de conciencia social de los medios deportivos se ha puesto de manifiesto en los últimos días, con su aceptación inmediata de la versión de los hechos de la RSFF, seguida de un abandono gradual de lo indefendible. Afortunadamente, medios como Alivio —lo que nos ha recordado la importancia de contar con medios deportivos que no sólo entiendan de deporte— la Cadena SER o elDiario.es han demostrado que se podía hacerlo mejor.
10. La huelga ofrece esperanza en tiempos cínicos.
El heroísmo, cuando te lo imponen, es una tontería. Así leemos en la novela de Belén Gopegui El comité de la noche. Todos estos acontecimientos han generado una serie de sensaciones en la opinión pública que sería un error romantizar como “emocionantes”. Estos futbolistas campeones del mundo no estarán contentos de haber tenido que cambiar el mejor momento de sus vidas, el de un sueño cumplido, por esta lucha. Seguramente cuando sonó el pitido final hace más de una semana no imaginaban que pronto sentirían tanta indignación. Ya eran, entonces, un equipo, pero se han visto obligados a seguir siéndolo para enfrentarse al rival más difícil. Su trabajo en equipo debe ser apreciado en una era de cinismo hacia las causas colectivas, que promueve un individualismo competitivo que preferiría tenernos a cada uno de nosotros solo, cansado y con la vista baja. Estas mujeres se han levantado juntas, aprovechando la fuerza de miles de personas, con una determinación que sólo puede sembrar esperanza.
Fuente: jacobin.com