Nelson Liechtenstein

Bueno, algunos podrían decir que fue una acción “espontánea”, pero no usaré la palabra espontánea. Quiero decir unas breves palabras sobre la espontaneidad. No la usaré. Creo que todos los historiadores sociales deberían prohibir la palabra espontaneidad. No existe. Nada es espontáneo.

“Espontáneo” es una palabra que la gente que está fuera usa para explicar algo que no puede entender porque no sabe lo que está pasando dentro, o que la clase alta usa para explicar lo que está pasando abajo. Toda actividad social, ya sea radical o conservadora, es parte de un mundo de conocimiento, pensamiento y planificación. Había grupos de radicales, grupos de sindicalistas, que habían estado luchando contra el capataz, luchando contra la empresa durante meses o años. Finalmente, a fines de 1936, principios de 1937, dijeron: “La única manera de ganar es hacer una huelga de brazos caídos”. Desde el punto de vista de un periodista de Nueva York, o incluso desde el de John L. Lewis, que estaba en la cima, podría parecer espontáneo, pero no lo fue.

Pero cuando se produjeron estas huelgas de brazos caídos, Lewis, en lugar de repudiarlas, las apoyó. La Ley Wagner se aprobó en 1935 y tiene un mecanismo para celebrar elecciones, negociaciones y firmar contratos. Todas las empresas, y el Partido Republicano, en realidad, decían: “La Ley Wagner es inconstitucional. No la obedeceremos”. Así que las huelgas de brazos caídos estaban, en cierto sentido, diseñadas para obligar a las empresas a obedecer la ley existente tal como estaba escrita. Esa era la lógica detrás de ellas. “Está bien, haremos algo ilegal, pero eso es porque ustedes están haciendo algo ilegal. Y una vez que hayan dejado de resistirse a la sindicalización y a la Ley Wagner, entonces cesaremos nuestras huelgas de brazos caídos”.

En el sector automovilístico, comenzaron en unas pocas plantas de Detroit (¡y Atlanta!), pero el centro de la actividad de huelgas de brazos caídos sería Flint, Michigan, donde General Motors tenía sus plantas más importantes. En aquel momento, General Motors era la corporación modelo, y la más grande, de los Estados Unidos. Estaba a la vanguardia tanto en lo tecnológico como en lo organizativo. Fue la corporación que se estudió en todas las escuelas de negocios durante cincuenta años. “¿Quieres tener una corporación? ¿Quieres ser un hombre de negocios exitoso? Siéntete como General Motors”. La industria automovilística de aquella época era sumamente innovadora. Tenía el entusiasmo de Silicon Valley hoy. Así que la audacia de enfrentarse a General Motors y lograr que se sentaran a la mesa de negociaciones fue algo realmente dramático e importante, y todo el mundo lo sabía.

En 1937, cuando se produjo una huelga de brazos caídos en la importante fábrica de motores Chevy Four en Flint, que paralizó a toda la corporación, la mayoría de los trabajadores de General Motors no estaban en huelga. La mayoría de ellos se quedaban sentados en casa esperando a ver qué pasaba. Fue esta minoría militante la que estaba en las plantas y la que mostró un enorme heroísmo y organización para sostener estas huelgas de brazos caídos durante seis semanas, trayendo comida, a veces luchando contra la policía, etc.

Ahora bien, uno de los hechos cruciales fue que, debido al estado de ánimo del país, el estado de Michigan había elegido a un gobernador llamado Frank Murphy, que no intervino para reprimir la huelga. Eso habría sido lo normal y sucedería más adelante. Pero no sucedió en 1937, en parte porque Murphy estaba a favor de los trabajadores, en parte porque Roosevelt y Frances Perkins decían: “No lo hagas”. El propio Lewis diría dramáticamente, en una reunión con Murphy: “Si vas a enviar a la Guardia Nacional a disparar a la planta, iré a la fábrica, mostraré mi pecho y tendrás que matarme primero”.

Bueno, eso no sucedió, y el 11 de febrero de 1937, en la oficina del gobernador en Lansing, se firmó un contrato entre la UAW [United Auto Workers] y General Motors. Era un contrato muy breve, con pocas cláusulas. Pero lo crucial fue que General Motors reconoció a la UAW, no como representante exclusivo de todos los trabajadores, sino como representante. Y eso le dio a la UAW una autorización para organizar a todo el mundo. Y eso fue lo que sucedió. En febrero de 1937 solo tenían unos pocos miles de miembros, pero en septiembre tenían más de trescientos mil y la mayoría de la fuerza laboral de General Motors.

Y después de eso, se produjo una enorme oleada de sindicalismo. Uno de los resultados de la huelga de brazos caídos de General Motors y de la victoria que obtuvo la UAW fue que, muy poco después, Myron Taylor, el jefe de US Steel, y John L. Lewis celebraron un famoso almuerzo en el Hotel Willard de Washington, y básicamente acordaron: “Está bien, US Steel reconocerá al Comité Organizador de los Trabajadores del Acero, básicamente sobre la misma base que la UAW. No con jurisdicción exclusiva, sino como representante, y ustedes tienen el derecho a organizarse en las plantas”. Este fue el gran avance para el CIO. Pero su momento de victoria no duraría mucho tiempo sin oposición.



Fuente: jacobin.com



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