Si hubiera que encontrar un lugar donde encarnar el “nuevo espíritu del capitalismo” analizado por Luc Boltanski y Ève Chiapello, un candidato obvio serían los edificios luminosos y modernos reservados para los creativos de los gigantes tecnológicos de Silicon Valley. La sede de Google nos vende el sueño con sus sesiones de yoga, restaurantes gratuitos y gimnasios abiertos las 24 horas. Muestra el mundo inocente y abierto que la empresa pretende hacer realidad.

Este tipo de espacio de trabajo es una ilustración magistral de la reorganización de las subjetividades iniciada por el “neoliberalismo”. epitumogénesis” identificado por Frédéric Lordon:

El deseo de encontrar empleo ya no debería ser meramente un deseo mediado por los bienes que los salarios permiten comprar indirectamente, sino un deseo intrínseco de la actividad por sí misma… deseos de un trabajo feliz o, para tomar prestado directamente de su propio vocabulario, deseos de “realización” y “autorrealización” en y a través del trabajo.

Con la promesa de que su “espíritu innovador de Silicon Valley es más fuerte que nunca”, Google propone “un entorno en el que cada individuo pueda compartir sus ideas con sus colegas en cualquier momento y solicitar sus aportaciones”. Y, de hecho, “cuidar a los empleados de Google” parece una forma eficaz de estimular la innovación. Dejar mucho espacio para los círculos virtuosos y el libre juego de la complementariedad y la colaboración fomenta el surgimiento de lo que, por definición, todavía está por descubrir.

Xavier Niel intenta impulsar este mismo espíritu de innovación a través de la diversión en las oficinas flexibles y la zona de relax de Station F, su campus de París para empresas emergentes. La flexibilidad que facilita el trabajo creativo parece recordar a la rebelión antiautoritaria de los años 60, y sería agradable creer por un segundo que esta podría ser realmente la nueva cara del trabajo.

Lamentablemente, no es así. A pesar de toda la retórica elegante que se elabora en las relajadas oficinas de la Costa Oeste, los cambios organizativos que en realidad están promoviendo alimentan exactamente la dinámica opuesta. Karl Marx señaló la posibilidad de un aumento del gasto de mano de obra, en una época que sigue siendo la misma, gracias a “una mayor tensión de la fuerza de trabajo y un llenado más preciso de los poros de la jornada laboral, es decir, una condensación del trabajo”. Philippe Askenazy ahora describe el mismo fenómeno como neoestajanovismo.

En los almacenes de Amazon o Lidl, en los centros de atención telefónica, en las cabinas de los conductores de camiones o en las cajas de los supermercados, las tecnologías de la información permiten ahumar todo el tiempo de inactividad, imponer nuevas exigencias a los trabajadores e introducir medios de vigilancia que llegan hasta la intimidad de éstos. La introducción de sistemas de control por voz es un ejemplo extremo de las crecientes limitaciones a las que se enfrentan los empleados de logística.

Mediante un software de reconocimiento de voz que se comunica directamente con la unidad central del ordenador, los preparadores de pedidos de Amazon siguen paso a paso las instrucciones que les da una voz digital a través de sus auriculares. Cada vez que un trabajador prepara un paquete, lo valida leyendo en el micrófono los números correspondientes a las cantidades en cuestión, lo que genera los datos que le permitirán evaluar y decidir si se le concederá un bono de productividad.

Este es un sistema brutal. Un trabajador, Arthur, recuerda la primera vez que trabajó con él:

¡Casi salgo de ahí inmediatamente! Me pareció muy espeluznante. Honestamente, da un poco de miedo… La voz y todo, que dice “repite, esta palabra no se entiende”. Especialmente al principio, cuando no lo estás haciendo bien, pasa todo el tiempo, te vuelves loco.

El sociólogo David Gaborieau, que recogió este testimonio, observa que esta dirección de la voz limita drásticamente la capacidad del trabajador para reapropiarse del tiempo. Si bien las estrategias de subversión lúdica y los pequeños actos de resistencia permiten tomar cierta distancia de una desposesión tan violenta de sí mismo, los márgenes de autonomía individual y colectiva son extremadamente limitados.

Los avances en la organización del trabajo en los centros de atención telefónica son otro ejemplo de los efectos de las innovaciones tecnológicas actuales en la organización del trabajo. Desde principios de los años 2000, la dirección ha adquirido un control mucho mayor sobre la actividad de los empleados de los centros de atención telefónica, como resultado de la combinación del ordenador y el teléfono.

En primer lugar, la automatización permite controlar mucho más de cerca las horas de trabajo. Los trabajadores se conectan al inicio de la jornada laboral y se desconectan al finalizarla. Sus descansos se cronometran automáticamente. Al igual que en el caso de los retrasos, los descansos excesivos se notifican directamente al supervisor.

Además, la informatización permite registrar y procesar toda una serie de datos sobre el rendimiento individual, poniendo en manos de los directivos información cuantitativa y descontextualizada que resulta difícil de cuestionar para los empleados. Y, en segundo lugar, la introducción de programas de inteligencia artificial en los centros de atención telefónica está provocando una intensificación aún mayor de este control.

Todos conocemos los mensajes de los departamentos de atención al cliente que nos avisan de que una conversación puede ser grabada con fines de control de calidad. Esto ocurre en el 1 o 2 por ciento de las llamadas. Pero el socio de Microsoft, Sayint, ofrece ahora mucho más que controles mediante muestreo: ha desarrollado una tecnología con la que “puede estar seguro de que sus empleados cumplen con sus requisitos el 100 por ciento del tiempo”.

El software registra y analiza íntegramente todas las conversaciones. Los algoritmos se encargan de comprobar que se han respetado las normas, de controlar el sentimiento que transmiten las dos partes en su dicción y entonación y de puntuar cada actuación. Si se detecta algún problema, se informa inmediatamente al supervisor.

Las máquinas se encargan así de supervisar, evaluar e indirectamente de tomar decisiones que afectan a los salarios de los trabajadores. Esta evolución abre un pozo de interrogantes para los sindicatos y presenta trampas en las que los departamentos de recursos humanos corren el riesgo de caer. En cualquier caso, nos aleja mucho del sueño californiano de nuevos espacios de trabajo acogedores.

Con su noción de destrucción creativa, el economista Joseph Schumpeter formuló una de las ideas económicas más influyentes del siglo pasado. Siguiendo los pasos de Marx y oponiéndose a los planteamientos basados ​​en el equilibrio, insistió en que el dinamismo del capitalismo se basa en un tumultuoso proceso de cambio de las estructuras económicas: el “impulso fundamental que pone en marcha y mantiene en movimiento el motor capitalista proviene de los nuevos bienes de consumo, los nuevos métodos de producción o transporte, los nuevos mercados, las nuevas formas de organización industrial que crea la empresa capitalista”.

La teoría del crecimiento económico que da sustento académico al consenso de Silicon Valley ha retomado este concepto y lo ha integrado en sus modelos. Su lema es que la innovación impulsa el crecimiento mediante la difusión de nuevas tecnologías y la eliminación de métodos obsoletos. Sin embargo, si adoptamos esa perspectiva, la trayectoria del capitalismo actual sólo puede parecer una paradoja.

En el lado positivo, diversos ejemplos de desarrollo de las tecnologías digitales dan testimonio de una proliferación de innovaciones y de un cambio cualitativo y multiforme en las formas de producción, consumo e intercambio. En resumen, hay signos de una renovada vitalidad.

Pero en el otro lado de la moneda hay otras tendencias: la desaceleración del crecimiento del PIB y de la productividad, el aumento del peso muerto de la esfera financiera, el subempleo persistente y, por último, pero no por ello menos importante, el rápido deterioro de las condiciones ecológicas. Todos estos fenómenos, sumados, apuntan a un declive.

Desde los años 2000, las ideas de innovación y competencia han desempeñado un papel central en las políticas públicas diseñadas para rejuvenecer estructuras productivas que se consideraban cada vez más obsoletas. En cierto sentido, estas políticas han tenido éxito: han contribuido a una transformación cualitativa del panorama tecnoeconómico.

Las empresas emblemáticas de la era digital encabezan la lista mundial de capitalización bursátil, aunque la mayoría de ellas llevan menos de dos décadas de existencia, y están ampliando su ventaja sobre las antiguas grandes del siglo XX. Esto supone una auténtica revolución en este grupo de élite, dominado durante mucho tiempo por un pequeño número de multinacionales. Pero lo sorprendente es que esta disrupción tecnoorganizativa no ha renovado el dinamismo del motor del capitalismo.

Philippe Aghion, uno de los economistas más destacados en materia de crecimiento, tiene que admitirlo, aunque a regañadientes. En su conferencia inaugural en el Collège de France, señala, basándose en datos estándar sobre patentes, que “estamos asistiendo efectivamente a una aceleración de la innovación, no sólo en cantidad sino también en calidad”.

“¿Por qué esta aceleración de la innovación no se refleja en el crecimiento y la productividad?”, se pregunta Aghion, quien responde que se trata “esencialmente de un problema de medición”, vinculado al hecho de que las innovaciones, especialmente las que resultan en la creación de nuevos productos, tardan tiempo en ser tomadas en cuenta en las estadísticas.

El debate técnico sobre la medición de la productividad y el crecimiento plantea cuestiones importantes. Sin embargo, en lo que respecta a las cuestiones que nos interesan, a saber, la dinámica del capitalismo contemporáneo, no hay dudas sobre la tendencia. Contrariamente a lo que sugiere Aghion, la caída no se puede explicar en términos de un problema de medición. Reevaluar el impacto de la innovación no cambiaría nada: la productividad y el crecimiento se están desacelerando.

Pero lo que es más interesante es que los estadísticos también señalan que muchos de los efectos de las innovaciones digitales no quedan reflejados en el intercambio de mercado y la contabilidad correspondiente. Es evidente que este es el caso de Wikipedia, que reduce la producción de mercado al sustituir la producción de las editoriales de enciclopedias. Pero también es cierto en el caso de los servicios que ofrece Google, las redes sociales y muchas aplicaciones que sólo se mercantilizan de forma residual a través de la publicidad.

Los ingresos por publicidad se integran en el cálculo de la producción de mercado, como consumo intermedio de los anunciantes, pero no hay una atribución directa de los servicios prestados a los consumidores. Esto puede resultar sorprendente, dados los importantes beneficios para los usuarios. Pero los estadísticos tienen razón al decir que “las ganancias en la producción no comercial parecen demasiado pequeñas para compensar la pérdida de bienestar general derivada del crecimiento más lento de la productividad del sector de mercado”.

No se debe pasar por alto el hecho de que los efectos más poderosos y útiles de la tecnología digital escapan en gran medida al control de la economía de mercado. Es uno de los síntomas de la fragilidad del capitalismo contemporáneo.

Sin duda, existen dificultades conceptuales y empíricas para captar la calidad de la actividad económica dentro de un sistema de precios, por crucial que sea. Sin embargo, está claro que el estancamiento de la década de 2010 no fue simplemente un artefacto estadístico que oculta el (supuesto) dinamismo real de la economía de mercado. El shock financiero y macroeconómico de la crisis de 2008, el subempleo endémico y la carga de deuda cada vez mayor fueron síntomas de males más profundos.

En este punto, el estribillo schumpeteriano puede invertirse y hablarse de una creación destructiva, pues los esfuerzos por implantar el nuevo paradigma tecnoeconómico van acompañados de una ruptura de las relaciones sociales características de la fase anterior y, además, están haciendo más frágil la dinámica económica en términos de la reproducción de sus condiciones materiales y políticas.



Fuente: jacobin.com



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