Ayer se cumplió el septuagésimo quinto aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH). Adoptada a partir de las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial, la DUDH describió treinta derechos y libertades inalienables que nos pertenecen a todos, independientemente de su sexo, género, orientación sexual, raza, etnia, credo, idioma, religión u origen. Derechos a la vida, la libertad y la privacidad. Libertad de expresión, reunión y movimiento. Libertad de tortura, arresto arbitrario o exilio. Derechos a la seguridad social, la educación, la igualdad salarial y un nivel de vida digno, incluyendo alimentación, vestido, vivienda y atención médica. El derecho a solicitar asilo.

No se debe subestimar la magnitud de este logro. Este documento, por primera vez, consagró los derechos humanos fundamentales de las personas en todo el mundo. Desde entonces, ha servido como base para que los activistas de derechos humanos defiendan la dignidad y la igualdad de las personas en todo el mundo. Hoy, sin embargo, no es momento de celebraciones. Es un momento de reflexión.

Setenta y cinco años después de este documento histórico, a millones de personas todavía se les niegan los derechos y libertades fundamentales que debía consagrar. En este momento, setecientos millones de personas viven en la pobreza extrema y subsisten con menos de 2,15 dólares al día. Dos tercios son niños. En 2022, más de 238.000 personas murieron en conflictos, la cifra de muertos más alta desde principios de siglo. Los refugiados que huyen de la guerra, la persecución, los abusos contra los derechos humanos y la catástrofe climática se están ahogando en el mar.

Estos grotescos niveles de pobreza, violencia y desesperación no son culpa ni fracaso de la DUDH. Son culpa y fracaso de los gobiernos que hablan de labios para afuera de un documento cuyos principios fundacionales continúan profanando.

Hoy, los parlamentarios celebran el aniversario de la DUDH reuniéndose para una vigilia con velas, bajo el título “Parlamentarios por la paz”. Qué irónico que la mayoría haya dado luz verde a algunos de los niveles más atroces de muerte y destrucción que hemos presenciado en décadas.

En los últimos dos meses, 1.200 personas en Israel y 17.700 personas en Gaza han sido asesinadas. Durante ese tiempo, 1,8 millones de personas en Gaza han sido desplazadas. La mitad de todas las viviendas han sido destruidas. Si no se restablece el sistema de salud, podrían morir más personas por enfermedades que por bombardeos. El mes pasado, el Parlamento votó sobre el llamamiento a un alto el fuego. Los parlamentarios se enfrentaron a una simple elección moral: ¿apoyan la matanza indiscriminada de seres humanos o quieren detener la pérdida de vidas humanas? Lamentablemente, la mayoría de los diputados votaron en contra del alto el fuego. Hoy, la gente de Gaza vive las consecuencias.

¿No califican los palestinos para disfrutar del derecho inalienable a la vida que consagra la DUDH? ¿No merecen los niños palestinos reír y jugar también con sus amigos en la escuela? La gente de Gaza está pagando el precio de un crimen horrendo que no cometió. Es una forma de castigo colectivo que está en directa contradicción con el mantra central de la DUDH: que los seres humanos no deben ser discriminados por su origen étnico u origen. La DUDH está siendo enterrada bajo los escombros, junto con los seres humanos cuyos derechos se redactaron para proteger.

En general, nuestros representantes políticos están mostrando una hipocresía monstruosa en su compromiso con un documento que no dan señales de respetar. Mientras hablamos, nuestro gobierno está intentando eludir el derecho internacional para implementar su ataque a los derechos de los refugiados. Y se sienten envalentonados por una bancada de la oposición que se niega a defender el derecho de asilo desde el punto de vista moral. Los conservadores no han “fracasado” en materia de inmigración porque hayan “perdido el control de las fronteras”. Han fracasado porque han demostrado ser incapaces de proteger los derechos humanos de quienes buscan un lugar seguro. Los refugiados no son peones políticos a los que debatir y quitarles su poder. Son seres humanos cuyas esperanzas y sueños no deberían sacrificarse para apaciguar a la prensa de derecha.

La creación de la DUDH estaba destinada a ser un momento histórico. Es aún más vergonzoso, entonces, que muchos de sus más ruidosos defensores sigan traicionando la base misma de la existencia del documento. Hoy debemos renovar nuestro compromiso con los derechos humanos universales. Ese compromiso suena vacío a menos que estemos preparados para organizarnos para aquellas demandas que son esenciales para la realización de la DUDH.

Seguiremos manifestándonos por un alto el fuego permanente, la liberación de todos los rehenes, el fin del asedio de Gaza y el único camino hacia una paz justa y duradera: el fin de la ocupación de Palestina.

Continuaremos haciendo campaña por un sistema de asilo humano, por rutas seguras y por una sociedad donde todos sean tratados con dignidad y cuidado, sin importar su origen.

Seguiremos movilizándonos por un mundo más igualitario. Un mundo en el que la riqueza se comparta, no se acumule. Un mundo que priorice las necesidades humanas, no la avaricia corporativa. Un mundo que reconoce la violación de los derechos humanos en cualquier lugar es una violación de los derechos humanos en todas partes. Un mundo que reconoce, como lo hace la DUDH, que “los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana son la base de la libertad, la justicia y la paz en el mundo”.



Fuente: jacobin.com



Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *