Fuente de la fotografía: ProtoplasmaKid – CC BY-SA 4.0

La militarización, ahora institucionalizada en la Constitución y en la práctica, extendida por los próximos seis años y muy posiblemente para siempre, no es solo la última manzana de la discordia entre los partidos políticos. Es un tema que tiene profundas implicaciones para la sociedad mexicana, la democracia, la seguridad, la igualdad de género y los derechos humanos. Tiene que ser analizado en el marco de estas consideraciones, más allá de las posiciones falsas e hipócritas de los partidos políticos.

El 9 de septiembre, el Senado aprobó la propuesta del presidente para que la Guardia Nacional pase del mando civil (nominalmente) en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, a formar parte de la Secretaría de la Defensa (SEDENA). SEDENA ahora es responsable de su operación, administración, capacitación y despliegue en territorio nacional. Ya fue publicado en el Boletín Oficial.

La segunda parte, la prórroga del mandato de las Fuerzas Armadas para participar en tareas de seguridad pública hasta el año 2028, será ley esta semana, luego de que el Senado aprobara la propuesta el martes y pase con modificaciones a la Cámara de Diputados.

¿Qué está en juego, más allá de quién ganó y quién perdió en la arena política?

Para analizarlo, primero hay que descartar la pura hipocresía de los panistas y priístas que iniciaron y sostuvieron este modelo de guerra por más de una sangrienta década. También de las ONG en Estados Unidos como WOLA y Human Rights Watch que ahora critican el modelo y que, en su momento, avalaron en el Congreso estadounidense la Iniciativa Mérida, que es el soporte económico y geopolítico del modelo de la “guerra contra las drogas”.

Hay varias razones fundamentales, y no sólo oportunistas, para oponerse a las reformas:

1. Es un modelo que genera violencia y no garantiza la seguridad ciudadana. Como ha dicho el propio presidente, la violencia contra la violencia genera más violencia. El entrenamiento militar sigue la lógica de la dominación, la eliminación del enemigo y la fuerza bruta, que puede funcionar en un campo de batalla, pero no en una comunidad o una ciudad frente a compatriotas. El crimen no puede ser aniquilado porque es expresión de las fisuras y perversiones inherentes a la sociedad misma. Se reproduce a sí mismo en la medida en que no se abordan sus causas fundamentales. Es una contradicción hablar de programas que reconozcan las causas y al mismo tiempo dediquen los mayores recursos al enfrentamiento armado.

No es de extrañar que no funcione. La correlación entre el número de efectivos desplegados en territorio nacional y el número de homicidios dolosos es innegable. En este sexenio los homicidios siguen en el mismo nivel, altísimo, que durante el sexenio de Peña Nieto y los feminicidios siguen subiendo. No hay evidencia de éxito con el uso de las fuerzas armadas y hay muchos casos de probable complicidad y corrupción, casos que a menudo no son investigados ni procesados.

2. Da lugar a graves violaciones de los derechos humanos, que quedan impunes. La violación de derechos humanos por parte de las Fuerzas Armadas no cesa: ejecuciones extrajudiciales, las violaciones de Inés y Valentina, miles de desapariciones atribuibles a ellas, Tlatlaya, Petatlán, Chiapas, su acción en la represión de migrantes subordinada a la política de EE. evidencia en el caso Ayotzinapa que salió el mismo día de la propuesta presidencial, y el caso más reciente de la muerte de la pequeña Heidi Pérez por balas de la Marina. Si bien el número de denuncias ha disminuido bajo la sensata política de evitar enfrentamientos, el problema es estructural. La falta de transparencia y rendición de cuentas de las Fuerzas Armadas dificulta el esclarecimiento de los delitos que cometen, en un país que ya tiene un índice de impunidad superior al 95 por ciento.

3. El abandono del propósito de transitar de la seguridad militar a la seguridad pública civil: Una de las modificaciones para aprobar la presencia de las Fuerzas Armadas en las calles hasta el 2028 fue aumentar el financiamiento de las policías estatales y municipales. Más que resolver la situación de abandono, la destaca.

No existen planes reales para capacitar a la policía a pesar de que existen nuevos modelos de vigilancia cercana y participación ciudadana que han demostrado efectividad. Si confiamos en que podemos capacitar a la GN para hacer tareas policiales en solo unos meses antes de ser despedidos, ¿por qué no podemos capacitar a la policía? Los salarios bajos y las cadenas de mando corruptas son una invitación a la corrupción, pero se hace poco, si es que se hace algo, para remediar la situación.

Existe consenso entre las organizaciones de derechos humanos de no utilizar las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública. La Corte Interamericana de Derechos Humanos lo estableció ante el gobierno mexicano en el caso de Rosendo Radilla, desaparecido en 1974, y lo ha reiterado. Vea las respuestas de las organizaciones de derechos humanos con respecto a los cambios actuales:

CIDH: “La justificación de estas modificaciones enfatiza que solo una estructura como la Sedena, con su despliegue territorial, estructura operativa y disciplina militar, es capaz de hacer frente al contexto de violencia. Tal fundamento por sí solo es insuficiente frente a los riesgos que la militarización conlleva para el respeto y garantía de los derechos humanos”.

Nada Al-NashifAlto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos interino: “Es un revés para la seguridad pública basada en los derechos humanos… Las reformas efectivamente dejan a México sin una policía civil a nivel federal, consolidando aún más el papel ya destacado de las Fuerzas Armadas en seguridad…”

Amnistía Internacional: “…un acto atroz que pone en riesgo la garantía de los derechos humanos en México”

4. Crea un poder desproporcionado de las Fuerzas Armadas: Llamó la atención cuando el Secretario General Luis Crescencio Sandoval se refirió al “sector militar” como si fuera una fuerza autónoma con intereses propios en la sociedad mexicana. Con la GN, los militares activos en el país alcanzan los 500,000, colocando a México en el noveno lugar a nivel mundial y el más grande de América Latina, según el informe Global Fire Power 2022. Además, cuenta con un presupuesto récord en la historia. de México, y ha ampliado su poder económico con la gestión de megaproyectos de infraestructura (que no por casualidad enfrentan fuerte oposición local y nacional), puertos y aeropuertos y ahora hablan de su propia aerolínea. (Y el turismo.)

5. Desprecia las alternativas: La política de control militar margina otras estrategias mucho más efectivas. Abordar de raíz el problema del crimen organizado en el país con apoyo a los jóvenes para que estudien y encuentren apoyo, etc. sigue siendo importante, sin embargo, es insuficiente. Deben ir más recursos y esfuerzos para atacar las estructuras financieras del crimen, el control del tráfico de armas y dinero que ingresa al país no avanza a pesar de la retórica binacional, mientras las empresas de armas se enriquecen con el énfasis en la guerra.

6. Genera violencia contra resistencias y defensores de derechos humanos: El nuevo informe de Global Witness revela que México ocupa el segundo lugar en el mundo en asesinatos de defensores de derechos humanos. El uso de las Fuerzas Armadas contra los movimientos sociales y en defensa de la tierra y los territorios es notable en la historia del país. Además, se profundizan las desigualdades y la discriminación, ya que la represión se concentra en determinados ámbitos y contra determinadas identidades: indígenas, afrodescendientes, mujeres, comunidad LGBT+ y migrantes.

7. Refuerza el control patriarcal: La militarización va acompañada de la expansión del militarismo, una cultura de intimidación y violencia masculina. Permea no sólo las relaciones directas entre las Fuerzas Armadas y la sociedad civil, sino también las relaciones interpersonales y comunitarias. La ONG Intersecta informa que antes de la guerra contra las drogas en México y la militarización, solo 2 de cada 10 feminicidios se cometieron con el uso de armas. Ahora son la mayoría, 6 de cada 10. Los feminicidios van en aumento en el contexto de esta cultura militarista y de mayor acceso a las armas (SEDENA, la única entidad autorizada para vender armas de fuego, “pierde” miles de armas al año, cifra que ha creció exponencialmente con el aumento de la importación de armas en la guerra contra el crimen organizado).

La guerra es un modelo patriarcal ejemplar, promulga la idea de protección por la fuerza, más que de corresponsabilidad y protección colectiva. Exalta el papel del estado-militar en lugar del de la comunidad. Refuerza la idea de una sociedad indefensa y un ejército todopoderoso mientras erosiona aún más el dañado tejido social.

El crimen organizado hace lo mismo, con estructuras patriarcales similares: jerárquicas, violentas, sexistas y misóginas. Estar sujeto a uno u otro es un riesgo muy grande para la igualdad de género y para la seguridad de las mujeres.

Oponerse a la militarización, con información y argumentos, no es pagar por una oposición que solo busca atacar a toda costa al presidente y su partido. Tampoco se denigra el papel legítimo de las Fuerzas Armadas y sus integrantes (aunque el sueño es de una sociedad en la que puedan ganarse la vida en paz), ni se sabotea la autoridad del presidente. Es el acto civil de defensa de la democracia, que se debilita en el contexto del poder desproporcionado de las Fuerzas Armadas.

Esta lucha en México, hoy más que nunca, es una obligación y parte de un sano proceso ciudadano para la construcción de la paz y la sociedad que llevamos todos los años.

Source: https://www.counterpunch.org/2023/01/13/the-militarization-of-mexico/



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